En el momento que traspasó la puerta unos veinticinco pares de ojos se volvieron a mira hacía esta. Se dirigió hacía la maquina de tabaco mientras se convertía en el centro de atención de esos ojos.
El bar no estaba muy concurrido. Las siete y media. En apenas segundos, siguieron las conversaciones mientras se seguían vaciado los vasos de cervezas y licores varios.
El bar no estaba muy concurrido. Las siete y media. En apenas segundos, siguieron las conversaciones mientras se seguían vaciado los vasos de cervezas y licores varios.
A algunos los conocía. Jóvenes y viejos que pasaban la tarde del Domingo enzarzados en discusiones sobre el fútbol, trabajo y chismorreos varios en el lugar.
Había muchas cosas en común entre ellos, pero una en particular llamó su atención durante un minuto. ¡Todos eran hombres! ¡Ni una sola mujer! Estas les esperaban en casa.
En algunos momentos de su vida, la soledad solía poner en su hogar una nota de melancolía. Esa misma soledad que en más de un caso, las respectivas parejas de aquellos hombres debían sentir mientras se dedicaban a ver la televisión, limpiar, coser u otras faenas varias en un Domingo cualquiera, a las siete de la tarde.
Recogió su tabaco y salió.
En aquel momento, se alegró de vivir sola. Nadie la esperaba en casa... ¡En soledad!
Annia Mancheño.
Annia Mancheño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario