Adriana llegó al parque. Los rayos del sol, empezaban a acariciar tímidamente las hojas que el viento juguetón había hecho desprenderse de las ramas. Se dejó caer sobre el césped, y desde allí, se dedicó a observar como unos y otros iban y venían, oyendo al fondo la dulce melodía de una guitarra que unía su voz, al sonido de los pájaros, el silbar suave del viento y el murmullo de una cortinas de agua que una fuente hace sonar.
Sus ojos se dejaron llevar por la dulce contemplación de las barcas que al fondo, sobre el lago verde y plata a causa de los brillante reflejos del sol, se dejaban deslizar. Llevaban dentro, miradas enamoradas, risas infantiles, almitas emocionadas. Amigos, parejas, padres e hijos que deslizándose sobre el agua soñaban durante unos minutos, quizás con el ancho mar. Los peques lo harían con terribles piratas que roban preciosas princesas, los adultos con bellos viajes donde poder perderse. Descansaban, o quizá tan sólo pasaban un rato navegando en una pequeña barca sobre el lago, para dejar atrás el estrés de la semana y relajados volver a empezar el lunes.
Vio, como globos multicolores con bellas formas infantiles, bailaban con las nubes. Globos que ojitos soñadores y boquitas de piñón, con insistencia habían pedido a sus padres con sonrisas mandadas al corazón.
De un lado a otro, patinadores sonrientes, volaban sobre el cemento. Sus pensamientos eran lanzados sobre los árboles, y aunque sus pies estaban en el suelo, se deslizaban por el paseo cual si fueran el viento. No tenían alas, pero sus movimientos hacían que lo pudiera parecer.
Adivinos, canta-auctores, guiñols, mimos embadurnados con ilusiones, actuaban aquí y allá, queriendo con sus gestos iluminar el paso. Bohemios de un bello parque de esta hermosa ciudad, cuando se la sabía mirar. Bohemios de un Madrid que con sus monedas las sonrisas les querían pagar.
Alegrías, miseria, ilusiones, tristezas... nadie sabía que había en sus vidas en realidad. Todos eran producto durante unas horas, de un mundo de fantasía. Ellos eran felices o al menos esto parecían querer demostrar, aunque al pasar sólo unos ojos o dos se fijaban en sus vidas de verdad.
Quizá esas vidas más tardes, no encontrarían un rato de paz, pero mientras actuaban en el Parque, durante esas horas se creaban la realidad que deseaban o esperaban, con mascaras de colores, canciones, cuentos, bailes, instrumentos o tan sólo con el gesto.
Ardillas juguetonas y traviesas, iban y venían, buscando dedos infantiles que su hambre pudieran calmar. Eran como pequeños peluches, pero con movimientos reales, ojitos llenos de chispas, que a los suyos hacían sonreír. Peluchitos con corazones que dentro de la naturaleza habían perdido el miedo a los humanos y entre estos sus carreritas daban, observando a los que en su hogar, descansaban, paseaban, o pensaban.
A su alrededor, árboles majestuosos y pequeños, pero con fuerza, con reflejos dorados aportaban al ambiente cierta melancolía, que con la luz que los rayos del sol dejan caer, compensaban el sentimiento de alegría y tristeza que sentía.
Tumbados o sentados, grupo de jóvenes hablaban, pensaban, cantaban y soñaban. Sus sonrisas eran tranquilas. No demostraban tener prisas. Era una parada en sus vidas, para poder disfrutar de la calidez que trae consigo una tarde compartida con la amistad.
Volvió a pasear su mirada por el parque. El paseo estaba lleno de gente; al fondo un lago verde, las barcas, y alrededor, naturaleza viva que hacía que se respirara mejor.
Vigilando el lago, una figura de piedra, erguida sobre un caballo, observaba a todos con su frialdad, junto a amables municipales, que con paso lento, cuidaban de que el transitar de los paseantes fuera tranquilo.
De pronto su mirada se detuvo en un grupo que se ha formado y los sonidos llegaron hasta sus oídos llegan envueltos en unas notas. Era el sonido alegre y ensoñador, de la melodía del El Cóndor Pasa, que iba emocionando a los corazones que lo escuchaban. Su cuerpo con tan dulce son, se fue envolviendo con la música, bailando con la imaginación al compás de tantas y tantas notas, que en el aire eran depositadas con mimo, poniendo a la tarde un broche de sombras. Sombras de bailarinas con velos de colores que se movían en el aire, envueltas por el sonido del agua que detrás, una fuente agradecida por sus danzas les iba prestando. El corro se va agrandando. Todos querían escuchar aquellos bellos sonidos que llenaban el retiro con su musicalidad. Música que quedaba reflejada en los rostros de siete chavales ilusionados, que quizá por este Madrid bohemio, tan sólo estaban de paso.
Unos auriculares, al terminar estos, pusieron unas notas más a esa tarde tranquila, pues a través de ellos, Adriana dejó que sus oídos atraparán variadas melodías de música clásica, que brotaban de violines, violonchelos, arpas, castañuelas, platillos y pianos, llenando el momento de una paz, que envolvió a los demás sonidos.
Pero el momento se rompió, unos pasos se acercaban.
Aquel hombre, no quería comprender, que sólo buscaba, contemplando el paisaje, dejar la tarde correr.
Una vez, este marcho, Adriana quedó pensando lo curioso que resultaba comprobar, que habían personas que no eran capaces de razonar y entender, que una mujer sola en un parque, no tenía porque necesariamente, haber ido a éste, con la intención de comprometer a alguien.
¡Era curioso! Cuando entenderían algunos que si la palabra " No " salía de la boca, detrás no existía el, ¡ quizá, sigue intentándolo y tal vez si me convences, lo conseguirás ! Y lo más curioso del caso, es que se marchó con el gesto enfurruñado y renegando, porque esa tarde una mujer sólo deseó su soledad y no le importó la de un hombre que paseaba.
Una vez pasado el momento, alzó la vista otra vez y contempló la belleza que el Retiro poseía. Se olvidó de las palabras mal sonantes y volvió a centrar los sentidos, en la guitarra que al fondo, no había dejado de sonar.
Annia Mancheño
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