¡ BIENVENID@S !

¡BIENVENID@S! a mi Blog personal.

Desde aquí, espero transmitiros, todas la emociones, sentimientos, alegrías, penas y satisfacciones, que mi pluma sea capaz de plasmar sobre el folio.

Espero que os guste y al menos durante los minutos de lectura de éste, vuestras emociones, sensaciones, sean como mínimo, gratificantes y enriquecedoras.

Un abrazo.
Annia




jueves, 7 de julio de 2011

UNA TARDE EN EL RETIRO DE MADRID



Adriana llegó al parque. Los rayos del sol, empezaban a acariciar tímidamente las hojas que el viento juguetón había hecho desprenderse de las ramas. Se dejó caer sobre el césped, y desde allí, se dedicó a observar como unos y otros iban y venían, oyendo al fondo la dulce melodía de una guitarra que unía su voz, al sonido de los pájaros, el silbar suave del viento y el murmullo de una cortinas de agua que una fuente hace sonar.
Sus ojos se dejaron llevar por la dulce contemplación de las barcas que al fondo, sobre el lago verde y plata a causa de los brillante reflejos del sol, se dejaban deslizar. Llevaban dentro,  miradas  enamoradas, risas infantiles, almitas emocionadas. Amigos, parejas, padres e hijos que deslizándose sobre el agua soñaban durante unos minutos, quizás con el ancho mar. Los peques lo harían con terribles piratas que roban preciosas princesas, los adultos con bellos viajes donde poder perderse. Descansaban, o quizá tan sólo pasaban un rato navegando en una pequeña barca sobre el lago, para dejar atrás el estrés de la semana y relajados volver a empezar el lunes.
Vio, como globos multicolores con bellas formas infantiles, bailaban con las nubes. Globos que  ojitos soñadores y boquitas de piñón, con insistencia  habían pedido a sus padres con sonrisas mandadas al corazón.
De un lado a otro, patinadores sonrientes, volaban sobre el cemento. Sus pensamientos eran lanzados sobre los árboles, y aunque sus pies estaban en el suelo, se deslizaban por el paseo cual si fueran el viento. No tenían alas, pero sus movimientos hacían  que lo pudiera parecer.
Adivinos, canta-auctores, guiñols, mimos embadurnados con ilusiones, actuaban aquí y allá, queriendo con sus gestos iluminar el paso. Bohemios de un bello parque de esta hermosa ciudad, cuando se la sabía mirar. Bohemios de un Madrid que con sus monedas las sonrisas les querían pagar.
Alegrías, miseria, ilusiones, tristezas... nadie sabía que había en sus vidas en realidad. Todos eran producto durante unas horas, de un mundo de fantasía. Ellos eran  felices o al menos esto parecían  querer demostrar, aunque al pasar sólo unos ojos o dos se fijaban en sus vidas de verdad.
Quizá esas vidas más tardes, no encontrarían  un rato de paz, pero mientras actuaban en el Parque, durante esas horas se creaban la  realidad que deseaban o esperaban, con mascaras de colores, canciones, cuentos, bailes, instrumentos o tan sólo con el gesto.
Ardillas juguetonas y traviesas, iban y venían, buscando dedos infantiles que su hambre pudieran calmar. Eran  como  pequeños  peluches, pero con movimientos reales, ojitos llenos  de  chispas, que a los suyos hacían sonreír. Peluchitos con corazones  que  dentro de la naturaleza habían perdido el miedo a los humanos y entre estos sus carreritas daban, observando a los que en su hogar, descansaban, paseaban, o pensaban.
A su alrededor, árboles majestuosos y pequeños, pero con fuerza, con reflejos dorados aportaban al ambiente cierta melancolía, que con la luz que los rayos del sol dejan caer, compensaban el  sentimiento  de  alegría y tristeza que sentía.
Tumbados o sentados, grupo de jóvenes hablaban, pensaban, cantaban y soñaban. Sus sonrisas eran tranquilas. No demostraban tener prisas. Era una parada en sus vidas, para poder  disfrutar de  la  calidez que  trae consigo una tarde compartida con la amistad.
Volvió a pasear su mirada por el parque. El paseo estaba lleno de gente; al fondo un lago verde, las barcas, y alrededor, naturaleza viva que hacía que se respirara mejor.
Vigilando el lago, una figura de piedra, erguida sobre un caballo, observaba a todos con su frialdad, junto a amables municipales, que  con  paso lento, cuidaban  de  que  el transitar de los paseantes fuera tranquilo.
De pronto  su  mirada  se detuvo en un grupo que se ha formado y los sonidos llegaron hasta sus oídos llegan  envueltos en  unas notas. Era el sonido alegre y ensoñador, de la melodía del El Cóndor Pasa, que  iba emocionando a los  corazones que lo escuchaban. Su cuerpo  con  tan dulce son, se fue envolviendo con la música, bailando con la imaginación al compás de tantas y tantas notas, que en el aire eran depositadas con mimo, poniendo a la tarde un broche de sombras. Sombras  de  bailarinas con velos de colores que se movían en el aire, envueltas  por  el sonido del agua que detrás, una fuente agradecida por sus  danzas les iba prestando. El corro se va agrandando. Todos querían escuchar aquellos bellos sonidos que llenaban el retiro con su musicalidad. Música que quedaba reflejada en los rostros de  siete chavales ilusionados, que  quizá  por  este Madrid bohemio, tan sólo estaban de paso.
Unos auriculares, al terminar estos, pusieron unas notas más a esa tarde tranquila, pues a través de ellos, Adriana dejó que sus oídos atraparán  variadas melodías  de música  clásica, que brotaban  de violines, violonchelos, arpas, castañuelas, platillos y pianos, llenando el momento de una paz, que envolvió a los demás sonidos.
Pero el momento se rompió, unos pasos se acercaban.
Aquel hombre, no quería  comprender, que  sólo buscaba,  contemplando el  paisaje, dejar la tarde correr.
Una vez, este marcho, Adriana quedó pensando lo curioso que resultaba comprobar, que habían personas  que  no eran capaces de razonar y entender, que una mujer sola en un parque, no tenía porque necesariamente, haber ido a éste, con la intención de comprometer a alguien.
¡Era  curioso!  Cuando   entenderían algunos que si la palabra " No " salía de la boca, detrás  no  existía  el, ¡ quizá, sigue intentándolo y tal vez si me convences, lo conseguirás ! Y lo más curioso del caso, es que se marchó con el gesto enfurruñado y renegando, porque esa tarde una mujer sólo deseó su soledad y no le importó la de un hombre que paseaba.       
Una vez pasado el momento, alzó la  vista otra vez y contempló la belleza que  el  Retiro  poseía. Se  olvidó de las palabras mal sonantes  y  volvió a centrar los sentidos, en la guitarra que al fondo, no había  dejado de sonar.

Annia Mancheño

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