¡ BIENVENID@S !

¡BIENVENID@S! a mi Blog personal.

Desde aquí, espero transmitiros, todas la emociones, sentimientos, alegrías, penas y satisfacciones, que mi pluma sea capaz de plasmar sobre el folio.

Espero que os guste y al menos durante los minutos de lectura de éste, vuestras emociones, sensaciones, sean como mínimo, gratificantes y enriquecedoras.

Un abrazo.
Annia




jueves, 16 de noviembre de 2017

El RELOJ DEL TIEMPO

El tiempo pasa pasa... pasan los minutos, las horas, los segundos…

Los días pasan... pasan con una velocidad vertiginosa, agobiante, apremiante... Pasan los días y llegan... las letras... el colegio... la comida... la vida... Quisiera parar el tiempo, eternizarlo, borrarlo, destruirlo, olvidarlo... Quisiera parar la vida... reposar... Pero el tiempo no se puede parar. El reloj cogió su marcha, y no tienen pilas que se puedan quitar. Es el reloj la la vida y esta no se deja engañar. Sus manecillas son fuertes y avanzan sin esperar. Es tiempo y no se puede parar... Es vida y la vida no se puede parar... Es vida, y la vida sigue su andar aunque falten minutos para descansar...Inexorable va corriendo el momento... Es tiempo... Quisiera pararlo un momento... ¡Pero no! Rebelde sigue marcando el reloj…Segundos, minutos, horas, presente y futuro que sobre él se ahogan…El reloj marca la vida, y esta no espera…Es tiempo y no puede parar…Tiene que avanzar sobre el reloj, que entre manecillas vigilantes, apretando va y no se quieren parar.Es tiempo... es el reloj es la vida... ¡Y la vida no se deja parar!
Annia Mancheño
Copyright. Reservados todos los derechos de auctor©

martes, 14 de noviembre de 2017

PRIMEROS RECUERDOS






Llegan entre brumas, casi sin aliento,
se posan en la mente aportando al cuerpo
la dulce caricia de los primeros recuerdos.

Las trenzas tejidas, los rosados besos,
el hogar vestido de hermosos momentos,
la cuna danzando y aquellos muñecos
que de cartón y plástico estaban hechos.

La casa encalada, la pila en el patio,
la ropa al sol y una máquina sonando,
de madrugada en el carro cargado
el pan recién hecho, el padre pedaleando.

Ya cose la madre, ya plancha la ropa,
abraza a los niños y siempre en la sombra
saca adelante en el hogar que honra
a seis pequeñuelos que su amor le roban.

Sobre las paredes sombras caprichosas
que las celosías sobre las ventanas,
pintaba cuando el día con la luz de mañana
ponía si aliento sobre las almohadas.

El barrio con voces se lava la cara
y con las carteras, riendo, riendo,
después del pan con aceite y leche hirviendo
hacía los colegios los niños se van corriendo.

El mar, la arena, castillos encantados,
los juegos reunidos en las noches frías
y cuando la luna de plata se vestía
besos, abrazos, sabanas blancas,
que arropan los sueños hasta la mañana.

Primeros recuerdos, inocentes momentos,
que duermen entre nanas de sentimientos,
en brazos del paso del imparable tiempo
descansan acunados por el pensamiento.

Annia Mancheño

                             Copyright. Reservados todos los derechos de auctor©







lunes, 13 de noviembre de 2017

MARÍA Y SU PEQUEÑA ACACIA

María vivía en un casa baja del Madrid antiguo, desde donde se divisaba el Manzanares.
Como cada mañana después de asearse y desayunar, una vez hechos sus ejercicios de rehabilitación, se acercaba a la ventana a contemplar la naturaleza y una parte de la vida que delante de ella iba pasando. Desde hacía ya demasiados años, era la única opción que ella misma se había impuesto para salir de aquella habitación y dejar volar su mente, con la vistas que desde ésta se podía tener. Una vista reducida pero que ella con los ojos de la imaginación, ampliaba hasta donde quería.
El verde de los árboles junto con el azul del cielo, la transportaba al verde azulado que reflejaba las brillantes aguas del mar. El blanco de los edificios que la rodeaban la llevaba hasta las cumbres más altas, desde donde podía tocar la nieve con tan sólo cerrar los ojos. La vista del Manzanares hacía que su cuerpo envuelto en tules de hermosos colores, convertida con ellos en la más bella dama que imaginar se pueda, y subida sobre una barca, hasta donde los rayos del sol dejaban caer sus rubios rizos, navegara a través del cauce de éste, desembocando en un mar, donde sirenas, caballitos de mar, delfines, peces espadas y todo tipo de habitantes marinos, junto al Rey Neptuno, le daban la bienvenida entre cánticos y fiestas. Donde las esponjosas algas, hacían de suaves asientos donde reposar.
A las personas que pasaban las convertía en voces amigas, que cada mañana emprendían debajo de su ventana una tertulia, donde se comentaba la vida. Le describían cómo estaba su hermosa Cibeles, ¿Qué enamorado oculto en las sombras de la noche había ido a visitarla?, ¿Cómo se encontraba su amigo El Retiro, después de contemplar a sus queridos bohemios?, ¿Qué comentaban en el Museo del Prado, Goya, Miguel Angel, Picaso... en su habitual paseo nocturno?.
A pesar de estar atada a aquella silla de ruedas, su mundo no se limitaba a su habitación. Sus piernas y brazos se negaban a moverse, dormidas con un sueño eterno, perdidas en el país de la insensibilidad, del que ya nadie las podría despertar, pero su imaginación estaba despierta, tan despierta que podía volar cada mañana con la misma intensidad.
Pero desde hacía algunos meses, había algo que la tenia preocupada. Algo que hacía que su ventana se cubriera de sombras.
Hacia algunos años habían plantado una Acacia justo enfrente de ésta. No le había dado mucha importancia en su momento.
Mientras crecía ésta, había sido espectadora cada día de sus vuelos y no se metía nunca en nada. Sólo crecía, miraba, crecía y miraba.
Poco a poco, sus melenas compuestas por bellas hojas, iban creciendo como racimos colgantes, acariciando con mimo cuanto encontraba a su paso, perfumando con sus flores el ambiente. Se movían al compás del viento y era tal su belleza que todos admiraban sus movimientos.
Pero aunque María había visto como Acacia crecía día a día, disfrutando de la belleza de la vista de sus melenas, ahora un sentimiento de rechazo se estaba cuajando dentro de su interior. Las melenas de Acacia empezaban a acercarse demasiado a su ventana, tapando parte de esta, quitándole a ella la vista de su panorámica preferida. Empezaba a molestarle demasiado. Tanto que su malhumor comenzó a convertirla en alguien desconocida.
Cuando la miraba, de su boca salían palabras que nunca había dicho. Tenía pensamientos que nunca se le habían pasado por la mente.
Fueron pasando los meses y la situación iba empeorando.
Las melenas de Acacia seguían y creciendo y ondeando al viento, llenando con su belleza la mirada de todo aquel que se dirigía hacia ella. Sin embargo Marí seguía acumulando en su interior, un rencor que no podía controlar. Una mañana, no pudo evitarlo y se puso a gritar:
- Para. Deja de crecer desgraciada. No quiero ver tus melenas en mi ventana; me tapas mi mundo. Fuera, ¡Te odio!. ¡No quiero verte!
Y así un día tras otro se iba volviendo contra ella.
Un buen día decidió que aquello tenía que terminar. Ella movería cielo con tierra para que quitarán aquellas melenas de allí.
Esta no le hacía caso y seguía creciendo y creciendo. Pues bien la pararía.
Hablo con el presidente de la comunidad; quería que cortaran sus brazos, que la quitaran de allí
Todos pusieron el grito en el cielo cuando lo dijo. Negándose rotundamente, alegando que no podían cortar tanta belleza.
Ante este rechazo escribió a la Asociación de Minusvalidos, reclamando sus derechos a que su ventana quedara libre de aquellas ramas.
Pasaban los días y luchando con unos y con otros, esperaba conseguir lo que quería. Mientras tanto, cada vez que se asomaba a su ventana y veía como Acacia seguía creciendo. Su boca se llenaba de insultos hacia ella. Cuanto más le negaban lo que pedía, más lo deseaba ella. Cuando los sentimientos de culpabilidad se presentaban, ella les explicaba, que su ventana era toda su vida y con las melenas de Acacia, ésta se estaba oscureciendo. En pleno día tenia que tener la luz de su habitación encendida, porque esta a través de las melenas de Acacia, no podían entrar los rayos solares, el aire se quedaba entre las rejas mirándola, la luz de la luna, se llenaba de sombras, las estrellas se quedaban escondidas entre las hojas jugueteando con ellas.
Mientras María pensaba todo esto asomada a su ventana. Acacia la miraba con tristeza. Ella no entendía el lenguaje de los humanos, pero se había dado cuenta desde hacía muchos días, que aquella muchacha la miraba con recelo. Podía sentir sus vibraciones negativas, empezando a intuir porque. Sus brazos de donde caían sus melenas, bamboleándose en el viento juguetones como eran, se acercaban demasiado a aquella ventana, desde donde la muchacha miraba la vida cada mañana. Había intentado que esto no ocurriera. Con todas sus fuerzas echaba sus melenas hacía un lado con la ayuda del viento, cuando ella se asomaba, pero no siempre era posible, el peso de estas volvían a hacerlas caer en el mismo sitio. De alguna manera sabía que algo iba a ocurrir, lo presentía por su cara, esta reflejaba la impaciencia de quien esta esperando algo.
Y llegó el día tan esperado por María. Una mañana vió como se acercaba el jardinero a Acacia. Venía cargado con una sierra eléctrica. Cuando éste se acerco a Acacia le pareció que esta la miraba con tristeza. Según iban cortando las ramas, estas iban cayendo al suelo desmadejadas, rotas, deshechas. Le llamó la atención, las gotas que brotaban de cada corte. Ella sabía que era goma arábica que este árbol producía, pero por un momento se le paso por la cabeza, que aquello parecían lagrimas. Desde su ventana observaba callada y con alegría como según iban cayendo las ramas. El sol iba inundando la habitación y sus ojos empezaron a brillar. A pesar de todo, cuando miraba a Acacia no poda evitar tener una sensación entremezclada de tristeza y alegría a la vez, cada vez que una de las ramas caían. Pero no dejaba de repetirse que ella lo único que quería era que el pequeño mundo que desde su ventana ella se creaba, no lo tapara las melenas de Acacia. Quería que entrara el aire, el sol, la luz de la luna....todo lo que aquellas melenas ocultaban.
Por otro lado, Acacia sentía que un trozito de ella se iba con cada rama que se desprendía de su cuerpo y cuando miraba a María, sentía que aquella muchacha había cambiado su forma de mirarla. Las vibraciones que le llegaban eran confusas, tan pronto eran alegres como tristes. Últimamente había estado pensando que aquella muchacha no tenia sentimientos. Cuando veía que todo su afán era que cortaran sus brazos, no podía evitar que un sentimiento de cierto odio, volara hacia ella y aunque comprendía un poco porque lo hacia, le hería que quisieran cortar sus melenas. Eran tan hermosas; desprendían tanta belleza cuando en las noches de luna llena sus hojas de un verde brillante, mezclado con el blanco plateado que desprendía esta, despedían destellos luminosos que alegraban todo el jardín. En pocos minutos todo había terminado.
El jardinero se marcho no sin sentir que su trabajo a veces no era tan agradable. El encargo que le habían echo ese día le había costado llevarlo a cabo. Aquellas ramas que caían tenia tanta belleza.
Pasaron las horas y llegó la noche. Acacia se sentía desnuda, echaba de menos sus brazos. Ahora la luna ya no jugaba con ella. La habían dejado tan pelada, que los destellos de esta rebotaban en su corteza. Miró a la ventana y vio a María. No había duda, ésta estaba viajando por las estrellas. Su expresión había recobrado la alegría que hacia meses se reflejaba en su rostro cada día. Sus ojos volvían a tener aquel brillo que siempre habían tenido. Sin embargo ella temía que llegara el día siguiente, su bello tronco de más de cien años había quedado tan desnudo.
Todos la mirarían con sonrisas de complicidad, ellos eran jóvenes y estaban en el jardín luciendo todo su esplendor sin embargo ella...
Pasaron los meses y llegó la Primavera. Acacia lo había pasado muy mal, pues el invierno había sido duro y frío. Despojada de sus melenas, cuando el viento azotaba las echaba en falta más que nunca, ya que no había nada que la guareciera de este. Ahora con la Primavera una pequeña ilusión se adueño de ella. De su tronco empezaban a salir pequeñas ramas que en poco tiempo la cubrirían. Pronto se llenaría otra vez de verdes hojas y volvería con los años a ser la de antes.
Y así fueron pasados varias primaveras. Las melenas de Acacia empezaban a ondear al viento con la misma belleza de siempre, pero esta vez tuvo buen cuidado de que estas se dirigieran hacia el lado contrario de la ventana de María. Sin embargo se sorprendió al ver que a su alrededor estaban creciendo pequeñas Acacias que brotaban del suelo tímidamente, pero con fuerza, sobre todo una, que la miraba con ojillos traviesos y admirados. Acacia se sobresalto.
¡No podía ser! Como era posible, ella había intentado que sus semillas no cayeran hacia ese lado, sin embargo allí estaban, justo enfrente de la ventana de María.
Habían cuatro pequeñas Acacias que con la fuerza de su niñez, iban creciendo, levantando su tronco hacía el cielo, llenas de curiosidad por descubrir todo lo que ocurría a su alrededor según iban subiendo. Una sensación de tristeza se adueño de Acacia y cada día una y otra vez les decía:

- Parad, vale, por favor no crecías tanto, no es prudente hijas, esto sólo puede traer que vuestras ramas sean cortadas sin compasión. Parad...basta...

Y les contaba lo que le había ocurrido con María. Cómo ella se había quedado desnuda de sus bellas melenas hacia varios años. Pero éstas llevadas por el ímpetu y la ilusión que acompaña a la niñez, no hacían demasiado caso.
Mamá era muy buena pero les parecía que exageraba un poco como todos los adultos.
Además ellas habían visto a aquella chica que cada día se asomaba a la ventana y las miraba sin decirles nada, pero en su cara no se vea ningún gesto que pudiera hacer pensar que le disgustaba que ellas estuvieran allí. En fin... seguro que mamá exageraba un poco.
Manda que era la mayor de todas le pedía a mamá, que se olvidara un poco de aquella historia y les contara otras sobre Arabia.
Sabia que cuando fuera mayor la goma arábica que salía de su tronco, viajaría a muchos sitios.

Mamá después de insistirle un poco, les contaba como en Arabia tierra del arte por excelencia, se vivían bellas historias. Como en el desierto entre carpas de colores, se montaban fiestas especiales; les describía la belleza de sus mujeres, de sus monumentos, de sus paisajes.
Les encantaba todas estas historias Arabes, era como si ellas que producían la goma arábica, formaran parte de ellas y su ilusión hacia que sus ramas quisieran subir más y más alto. Además, querían parecerse a mamá. Ella era tan majestuosa, su tronco era tan fuerte. Ansiaban poder sobrepasar los edificios y ver la ciudad, poder bambolearse con el viento cuando sus ramas fueran largas y frondosas y jugar con las estrellas por las noches alumbradas por la Luna. Por esto cada día aspiraban con deleite todo lo que aquella tierra les aportaba.

Entre tanto María seguía observando como las hijas de Acacia seguían creciendo.
Desde que esta se había quedado sin sus ramas y la nuevas crecían en dirección contraria a donde estaba su ventana, su habitación se llenaba de luz cada mañana y ella era feliz. No le preocupaba demasiado aquellas pequeñuelas, ya que no eran demasiado grandes. No se parecían a su madre ya que sus ramas no eran tan frondosas y su crecimiento era lento, exceptuando aquella que se encontraba justo debajo de su ventana. Esta parecía crecer con más brío que ninguna. Sus ramas ya eran abundantes y cuando la miraba parecía que se erguía con mas fuerza, levantando su mirada hacia su madre. Era como si se mirara en ella y quisiera decirle a María:
- Ves, ves, yo voy a ser tan fuerte y alta como mi mamá!

Esto preocupaba a María, pero aún faltaban muchos años para que aquella pequeña Acacia y sus ramas pudieran tapar su ventana, así que no quería pensar en ello, sólo disfrutar de la panorámica disfrutando cada día desde su ventana y para su propio asombro, era feliz viendo como las pequeñas Acacias seguían creciendo, siguiendo su crecimiento con una ternura desconocida para ella.

Una mañana al asomarse a la ventana su corazón se sobresaltó. ¡No estaban! Las pequeñas acacias no se encontraban debajo de su ventana. Una sensación de pánico desconocido para ella hasta entonces se apoderó de ella. ¿Qué había ocurrido? ¿Dónde estaban?
Cogió el teléfono y marco el número del administrador de la finca. Tenia que saber que había ocurrido.

- ¡Buenos días!

- ¡Buenos días!

- Soy María. Vivo en el bajo derecha y quisiera saber que a ocurrido con las pequeñas Acacias que estaban creciendo debajo de mi ventana. Ayer mismo estaban aquí...

- Vera, esa parte del jardín estaba muy poblada y hemos decidido quitar algunos árboles antes de que se hagan demasiado grandes. Además, existía la posibilidad de que estos con el tiempo, taparan su ventana otra vez.

María se quedo sin habla, no sabía que decir. Sabía muy bien que significaban aquellas palabras. Sólo se le ocurrió disculparse por molestarle y colgó. Volvía a su ventana. Estaba triste. Nunca lo hubiera imaginado, pero quería a aquellas pequeñas Acacias. Le gustaba ver como iban creciendo poco a poco, y no deseaba que las hubieran arrancado. Con el tiempo cuando crecieran, podían haberlas transplantado a otro lugar para que no taparan su ventana, pero sin necesidad de cortarlas. Su mirada se perdió en el jardín y fue entonces cuando diviso al jardinero y le llamo:

- Dígame por favor, ¿Cuándo han quitado las pequeñas Acacias ?

- Fue ayer por la tarde señora.

- Pero era necesario cortarla...¡Eran tan hermosas, estaban tan llenas de vida!

- No señorita, no las cortamos. Las más pequeñas las transplantamos a un jardín cercano y la que estaba un poco más grande, la hemos plantado aquí mismo. Fíjese esta allí, justo enfrente, un poco más a la derecha.

María miro apresurada hacia allí. Sus ojos se llenarán de alegría. Desde allí Manda, la Acacia que había estaba justo debajo de su ventana la miraba. Agitaba sus ramas con fuerza. Sus preciosas ramas que brillaban bajo los rayos del Sol y se sintió feliz.
Manda seguía agitando sus ramas con fuerza, como queriendo decir:

- María, estoy aquí, mira, no me he ido. Siempre estaré aquí y ya veras, dentro de cien años mis ramas serán tan majestuosas como las de mamá! Ya veras como dentro de cien años soy tan grande como ella.

María sonrío.Aquella pequeña no sabía todavía lo que era el tiempo en la vida de los humanos. Sonrío pero sin tristeza, con cierta ternura pensando... ¡Dentro de cien años...! Estaba feliz.
Relato basado en un echo real. El nombre de los presonajes son ficticios

                                            Annia Mancheño

                                                             Copyright. Reservados todos los derechos de auctor©

                                                     


LA CENA DE LA DISCORDIA


 Mireya recordó cómo había ocurrido todo, aunque nunca llegó a entender del todo, el porqué de aquella interpretación tan errónea por parte de su amiga ante las palabras que dijo su marido.

Ellos llevaban años de amistad compartiendo muchos momentos y todo parecía ir bien, sin embargo aquel comentario lo cambió todo.

Todo empezó porque su marido sonriendo y sin mala intención alguna, realizó aquel comentario días después de la cena.

Aquella noche habían pasado unas horas estupendas. Esta resultó agradable y divertida.
Ella había puesto toda la ilusión para agradecerle la confianza que habían depositado en ellos

Pasaron las horas, alargándose la velada y entre bromas y bromas surgió una pregunta en forma de reto. Eran ya altas horas de la madrugada y no recordaba quién la propuso exactamente:
-¿A que nos os atrevéis a seguir la velada un rato más pero cambiando de casa?- Dijeron que sí y entre risas y bromas marcharon a casa de sus invitados. Una vez allí siguieron hablando y tomándose unas copas.

Ya casi entrando la madrugada se retiraron a descansar prometiendo volver a repetir la experiencia.

Sin embargo pasaron las semanas y esta no se repitió, y Mireya notó que algo en la relación con ellos había cambiado.

Volvieron a juntarse con éstos otras veces, pocas, en casa de amigos comunes y fue ahí donde empezó a percibir que algo no estaba igual,   que algo ocurría La pareja estaban distantes; más fríos del habitual. Eran educados se dirigía con amabilidad cuando les hablaba, pero algo era diferente.

Y un día recordó aquella  tarde en la cual, conversando con su amiga que había estado en la cena y a la cual le unía un vínculo familiar con sus invitados, su marido  hablando sobre esto hizo, un comentario tan desafortunadamente entendido, que obviamente trajo consecuencias que no esperaba.-Hay que ver qué cosas... estuvimos hasta las tantas de la madrugada para total tomarnos tan solo una copa más.

Conocía a su marido y sabía que a lo que se refería era que, entre charla y charla, dado que la velada había sido tan agradable nos habían dado cuenta cómo pasaban las horas y que sus invitados debían de estar cansados, por lo cual, se había alargado ésta demasiado.  Ellos mismos lo habían comentado entre sí a llegar a casa. No había más intención que esa. Un simple comentario sin reproche alguno. 

Sin embargo su amiga salto como si hubiera picado un escorpión, al interpretar éste tan erróneamente.
 - Ósea que, ¿Encima de que te llevan a su casa te quejas de que solamente te dieron una copa más? Pues que sepas que pienso decírselo sois unos desagradecidos.

Era inútil intentar aclarar la situación. Mireya estaba tan desconcertada que no podía entender una reacción tan extrema. Como un comentario echo sin maldad podía haber provocado aquella reacción.
No entendía cómo había podido sentarle tan mal esas palabras. ¿A qué venía tanto drama? ¿Cómo había podido retorcer aquellas palabras hasta el punto de convertirlas en una ofensa? ¿Cómo había podido reaccionar de forma tan desproporcionada, con aquella hostilidad?

Pero sabía que dado su carácter, ella ya había realizado sus propios juicios de valor de una forma contundente. Si decía que se lo diría a ellos, lo haría.

Solo eso podía explicar la frialdad éstos en los siguientes encuentros. Un comentario sin malicia, un malentendido, había provocado la ruptura de una amistad que empezaban a gestarse.
Lo que no entendía es porque si esto era así, si ese comentario llegó a ellos, no fueron estos mismos quienes preguntaron el porqué de éste.
Pero a veces en la vida la interpretación de unas palabras puede variar tanto según el tono en que se diga o quien lo interprete, que puede provocar que  el interlocutor entienda, no lo que realmente significa o la persona quiere decir, sino el significado que uno mismo quiera dar a lo que escucha. 
Estaba claro que como se solía decir: “No habían palabras mal dichas, sino mal interpretadas”.
Por ello, cada día tenía más claro que, uno es responsable de lo que dice, pero no de lo que entendían los demás.
                                                        
                                  Annia Mancheño ✍   
                               
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