Un espacio donde sentir el poder de la palabra escrita.
¡ BIENVENID@S !
¡BIENVENID@S! a mi Blog personal.
Desde aquí, espero transmitiros, todas la emociones, sentimientos, alegrías, penas y satisfacciones, que mi pluma sea capaz de plasmar sobre el folio.
Espero que os guste y al menos durante los minutos de lectura de éste, vuestras emociones, sensaciones, sean como mínimo, gratificantes y enriquecedoras.
Es ese eco silencioso que resuenan dentro, lo que alimenta mi espíritu, y me introduce en ese mundo donde, sumergida en la ausencia de sonidos, con la paz que esto me aporta, desde el corazón, con mi voz callada, dejo que fluyan desde mi interior.
Es entonces, cuando el eco de las palabras escritas me conmueven. A veces impregnadas de dolor, otras de alegrías, emociones, que establecen vínculos de sensaciones, que arrasan con lo que siento.
Y sin la necesidad de vocalizar estas a través de los sonidos, se impregnan de sentido, hasta el punto de conexionar mi interior con ellas, para sin ambigüedad, dentro del contexto de lo que vivo, plasmar los hechos que observo.
Otras veces para intentar describir de una forma objetiva, aunque no siempre lo consiga, lo que de una forma visual detecta mi percepción y quiero expresar.
Nace su voz de los recovecos más profundos de mis sentimientos, experiencias, conciencia, sueños, inquietudes y anhelos. Surgen libres, sin pensar en verter sobre el folio, la estrofa perfecta, la rima medida, un estilo concreto, cuando se convierten en mi lenguaje interno, que engloba la transmisión de mi relación conmigo misma, y con los demás, dentro del proceso, de adquirir coherencia, a través de mi deseos, con una precisa y particular forma de expresar, lo que a veces en arcas de olvidos, navegan en barcas llenas de sílabas y sílabas, sorteando las olas, y aún con la fiereza de su bravura, la conducen a los fondos marinos, que benévolos, guardan los recuerdos, entre historias que narran, con la susurrante voz de la calma: -pasado, es solo pasado- , duerme y descansa que la vida avanza.
En ocasiones, bailan ante mis ojos de una forma surrealista. Con velos de caricias imaginarias, tan reales como la luna, que infunde sobre la pluma, su carácter femenino, cambiante y siempre cíclico, con esa fuerza gravitatoria que ejerce sobre ella, para que se deje llevar por la creación, constante, impaciente, al igual que los suspiros de los amantes, que les confieren mientras brilla el poder de encender sus corazones, con cánticos de amores, que nace cada noche, cuando el sol se esconde y ésta brilla.
Y horas después, una vez que ésta ha realizado su viaje, por la nocturnidad del firmamento, con su mirada puesta sobre el día que anuncia su llegada, vieja, sabia, acechante y esquiva a veces al llegar la madrugada, cansada de su deambular errante y silenciosa, tapa su cara, sepultada tras la luz del amanecer, entre sus rayos radiantes, mientras el sol batalla con la luz de la mañana. Y así medio adormilada, sobre almohadas de estrellas que su brillo apagaron, descansan. Y mientras va llegando el sueño, se regodean en el placer del recuerdo de lo sentido, entregándose con avidez, a la escucha, de las nanas que susurran los poetas, para acunarse con ellas, cuando estos aún en sus desvelos, extasiados ante su contemplación, susurran sus poemas, vestidos con las palabras más bellas, melancólicos y eufóricos. Y entre susurro y susurro, dejan que su versos duerman, hasta que de nuevo, les despierte, cuando el sol entre tonos dorados y anaranjados, decaiga al anochecer. Y ella vuelve a mostrar su rostro plateado, y a través de su fulgor, reflejado en el espejo de éstos, la pluma, vuelvan a inspirarse con nuevas fantasías, nuevos versos, y sueños épicos, cual si fueran guerreros que convierten su amor en una hazaña, con ellas como cómplice, como transmisora de tal proeza cada noche .
Otras veces, surgen influidas por galaxias inventadas, llenas de estrellas, y engalanadas con el brillo que las acompaña, o vestidas de blancas hadas, que convierten el milagro de la imaginación, en dueña y señora de la pluma. Una veces radiante, otras herida, cuando arropada por ese silencio, sobre el folio blanco, habla con la vida y de la vida, con palabras mudas, por ese camino que al compás de lo vivido, va dando pasos, con ella de la mano, y se sumerge en los sueños más tiernos que nacen de los bellos momentos, o de tristes realidades que hacen que al igual que una rosa, a pesar de su belleza, se defienda de estas con espinas para que protejan esta.
Por ello, adoro las palabras escritas, la magia de estas. Ese don que tenemos los seres humanos, a través del cuales se bucea en los abismos más profundos de uno mismo, cuando ahondamos en el significado de ellas.
Adoro el momento en que, a través de un folio blanco, de una manera continuada, casi sin saberlo, descubrí que sembrando sobre mi corazón sus semillas, fueron creciendo de una forma constante, sin descanso, concediendoles a estas, la voz del conocimiento que añoraban, y la perspectiva del aprendizaje, sobre momentos de miles de acontecimientos que merodeaban por dentro, ansiosos de enseñarme su rostro, para comprendidos y aceptados, dejar en el pasado los dolientes, valorar los buenos, y una vez hecho esto, comenzar de nuevo de cero.
Y poco a poco, a pesar del desconocimiento, de la perfección de la metodología que hay que seguir, para poder escribir correctamente, estas se fueron encadenando con sentido unas a otras... sencillas, pequeñas... vestidas unas veces con ilusión, otras con miedos, pero siempre predispuesta a ampliar esto, para transcribirlas con un lenguaje perfecto. Al principio sobre mis dedos, pesaban cadenas ante el desconocimiento de esto. Pero escribir se había convertido, en una necesidad, un desahogo, una terapia emocional para mí misma. Y como todo tiene un proceso, con el tiempo y mi afán por retratar las palabras con su rostro más bello, busqué entre libros y libros, cada una de ellas, que volando como mariposas, con alas multicolores, entre sus hojas atrapadas, yo tomaba como pequeños tesoros, dejándolas con la pluma inmortalizadas sobre mi blog de notas, para después bailar con ellas, hallar su esencia y con esta, mojada en la tinta de mis deseos, modelar todo aquello que expresar quería cuando de poesías las vestía.
Y así, sumergida en un aprendizaje todavía, esta insistente, no me deja callar. Quiere nutrirse del vivir cotidiano; como un acto amoroso, hacía todo aquello que pasó, pasa por mi vida, pienso, observo, siento, y se funde con mi mirada, para guiando mis pasos, pone sobre ellos, la calidez y templanza, que me aporta, cuando aún en silencio, su voz clama. Porque cuando con ella hablo aún desde ese silencio, escucho el eco del grito, el lloro, el canto, y tras ellos, de mi misma salgo. Y al mismo tiempo, comparto con los demás, todas las experiencias de aquello que he vivido, y vivo a lo largo de mi camino, y que tienen para mi sentido, aunque en el descubrimiento de ello, me deje la piel, desnudando en mi conciencia de su vestimenta negra, a los errores, aciertos, frustraciones, tristezas, alegrías; incluso una feroz impotencia, cuando observo lo que en el mundo pasa y no puedo cambiar.
Y lo hago ya sin reservas, sin un frustrante pudor, cuando mis formas de hacerlo no son perfectas. Porque aún, con abismales carencias gramaticales en mi lenguaje, aún vestida de infinitas dudas, que me hacen en ocasiones, ser vulnerable, ante mi fragilidad, cuando me rompo por dentro ante este hecho; mi afán por aprender, sin dejar de crecer, me ayuda a vencer todos mis temores, y me empuja a seguir plasmando sobre el lienzo en blanco, todas mis percepciones. En principio sin canon alguno, ni guía pensada para lo que lo que escribo, solo siguiendo el dictado de mi corazón, de mis sentidos, de mi propio ser, dando paso al ser humano, que transcribe durante su andar, lo hallado. Porque cuando escribo no pienso.. ¡Solo estoy conmigo!
Y aunque pasado el momento, releo, he intento averiguar si cada vocablo es perfecto, y no siempre acierto, aún con muchos defectos y también virtudes, no enmudece la voz de mi pluma, el hecho de desconocer si lo expuesto, es métrica aceptada, oda, soneto, romance, rimado suelto, libre, lira, copla, madrigal... si es clásica, lírica o modernista o transgresora... escribo y no pienso… Solo dejo que el silencioso eco de las palabras escritas me inunden por dentro.
Brotaban las lágrimas. Como una inmensa cascada, caían sobre un rostro infantil en el que una sonrisa reflejaba la mayor alegría que se pueda describir.
Besos y abrazos se repetían la palabra: ¡Gracias! no dejaba de sonar, con los ojos llenos de lágrimas, que tenían un brillo especial, el brillo que trae consigo los sueños que se hacen realidad.
Y las emociones que suscitan esa sonrisa infantil, se convierte en un sentimiento tan intenso, que resulta imposible sobre un folio plasmar, toda la belleza que tiene el momento en si.
Tan solo fue la noticia de cuatro clases de equitación al mes, lo que provoco en una vida tan inmenso placer.
El sueño de apenas una adolescente, se había echo realidad, llenando una tarde soleada de lágrimas de felicidad, que entre besos, abrazos y risas, quedaran en su mente grabada para en su mañana poderla recordar.
¿Quién dijo que no se debe soñar? Hay sueños que se hacen realidad, y llenan la vida de las más hermosas sensaciones que se puedan imaginar.
Enseñemos a los niños a soñar. Les ayudará a luchar y perseguir metas que cuando las alcancen, les hará derramar lágrimas brillantes por el reflejo de la felicidad.
Y como en la Historia Interminable, irá creciendo un mundo nuevo que, solo tenemos que imaginar, y el poder de los sueños y la fuerza que dan estos para por ellos luchar, quizás algún día lo haga realidad.
El tiempo pasa pasa... pasan los minutos, las horas, los segundos…
Los días pasan... pasan con una velocidad vertiginosa, agobiante, apremiante... Pasan los días y llegan... las letras... el colegio... la comida... la vida... Quisiera parar el tiempo, eternizarlo, borrarlo, destruirlo, olvidarlo... Quisiera parar la vida... reposar... Pero el tiempo no se puede parar. El reloj cogió su marcha, y no tienen pilas que se puedan quitar. Es el reloj la la vida y esta no se deja engañar. Sus manecillas son fuertes y avanzan sin esperar. Es tiempo y no se puede parar... Es vida y la vida no se puede parar... Es vida, y la vida sigue su andar aunque falten minutos para descansar...Inexorable va corriendo el momento... Es tiempo... Quisiera pararlo un momento... ¡Pero no! Rebelde sigue marcando el reloj…Segundos, minutos, horas, presente y futuro que sobre él se ahogan…El reloj marca la vida, y esta no espera…Es tiempo y no puede parar…Tiene que avanzar sobre el reloj, que entre manecillas vigilantes, apretando va y no se quieren parar.Es tiempo... es el reloj es la vida... ¡Y la vida no se deja parar! Annia Mancheño
María vivía en un casa baja del Madrid antiguo, desde donde
se divisaba el Manzanares.
Como cada mañana después de asearse y desayunar, una vez
hechos sus ejercicios de rehabilitación, se acercaba a la ventana a contemplar
la naturaleza y una parte de la vida que delante de ella iba pasando. Desde
hacía ya demasiados años, era la única opción que ella misma se había impuesto
para salir de aquella habitación y dejar volar su mente, con la vistas que
desde ésta se podía tener. Una vista reducida pero que ella con los ojos de la
imaginación, ampliaba hasta donde quería.
El verde de los árboles junto con el azul del cielo, la
transportaba al verde azulado que reflejaba las brillantes aguas del mar. El
blanco de los edificios que la rodeaban la llevaba hasta las cumbres más altas,
desde donde podía tocar la nieve con tan sólo cerrar los ojos. La vista del
Manzanares hacía que su cuerpo envuelto en tules de hermosos colores,
convertida con ellos en la más bella dama que imaginar se pueda, y subida sobre
una barca, hasta donde los rayos del sol dejaban caer sus rubios rizos,
navegara a través del cauce de éste, desembocando en un mar, donde sirenas,
caballitos de mar, delfines, peces espadas y todo tipo de habitantes marinos,
junto al Rey Neptuno, le daban la bienvenida entre cánticos y fiestas. Donde
las esponjosas algas, hacían de suaves asientos donde reposar.
A las personas que pasaban las convertía en voces amigas,
que cada mañana emprendían debajo de su ventana una tertulia, donde se
comentaba la vida. Le describían cómo estaba su hermosa Cibeles, ¿Qué enamorado
oculto en las sombras de la noche había ido a visitarla?, ¿Cómo se encontraba
su amigo El Retiro, después de contemplar a sus queridos bohemios?, ¿Qué
comentaban en el Museo del Prado, Goya, Miguel Angel, Picaso... en su habitual
paseo nocturno?.
A pesar de estar atada a aquella silla de ruedas, su mundo
no se limitaba a su habitación. Sus piernas y brazos se negaban a moverse,
dormidas con un sueño eterno, perdidas en el país de la insensibilidad, del que
ya nadie las podría despertar, pero su imaginación estaba despierta, tan
despierta que podía volar cada mañana con la misma intensidad.
Pero desde hacía algunos meses, había algo que la tenia
preocupada. Algo que hacía que su ventana se cubriera de sombras.
Hacia algunos años habían plantado una Acacia justo enfrente
de ésta. No le había dado mucha importancia en su momento.
Mientras crecía ésta, había sido espectadora cada día de sus
vuelos y no se metía nunca en nada. Sólo crecía, miraba, crecía y miraba.
Poco a poco, sus melenas compuestas por bellas hojas, iban
creciendo como racimos colgantes, acariciando con mimo cuanto encontraba a su
paso, perfumando con sus flores el ambiente. Se movían al compás del viento y
era tal su belleza que todos admiraban sus movimientos.
Pero aunque María había visto como Acacia crecía día a día,
disfrutando de la belleza de la vista de sus melenas, ahora un sentimiento de
rechazo se estaba cuajando dentro de su interior. Las melenas de Acacia
empezaban a acercarse demasiado a su ventana, tapando parte de esta, quitándole
a ella la vista de su panorámica preferida. Empezaba a molestarle demasiado.
Tanto que su malhumor comenzó a convertirla en alguien desconocida.
Cuando la miraba, de su boca salían palabras que nunca había
dicho. Tenía pensamientos que nunca se le habían pasado por la mente.
Fueron pasando los meses y la situación iba empeorando.
Las melenas de Acacia seguían y creciendo y ondeando al
viento, llenando con su belleza la mirada de todo aquel que se dirigía hacia
ella. Sin embargo Marí seguía acumulando en su interior, un rencor que no podía
controlar. Una mañana, no pudo evitarlo y se puso a gritar:
- Para. Deja de crecer desgraciada. No quiero ver tus
melenas en mi ventana; me tapas mi mundo. Fuera, ¡Te odio!. ¡No quiero verte!
Y así un día tras otro se iba volviendo contra ella.
Un buen día decidió que aquello tenía que terminar. Ella
movería cielo con tierra para que quitarán aquellas melenas de allí.
Esta no le hacía caso y seguía creciendo y creciendo. Pues
bien la pararía.
Hablo con el presidente de la comunidad; quería que cortaran
sus brazos, que la quitaran de allí
Todos pusieron el grito en el cielo cuando lo dijo.
Negándose rotundamente, alegando que no podían cortar tanta belleza.
Ante este rechazo escribió a la Asociación de Minusvalidos,
reclamando sus derechos a que su ventana quedara libre de aquellas ramas.
Pasaban los días y luchando con unos y con otros, esperaba
conseguir lo que quería. Mientras tanto, cada vez que se asomaba a su ventana y
veía como Acacia seguía creciendo. Su boca se llenaba de insultos hacia ella.
Cuanto más le negaban lo que pedía, más lo deseaba ella. Cuando los
sentimientos de culpabilidad se presentaban, ella les explicaba, que su ventana
era toda su vida y con las melenas de Acacia, ésta se estaba oscureciendo. En
pleno día tenia que tener la luz de su habitación encendida, porque esta a
través de las melenas de Acacia, no podían entrar los rayos solares, el aire se
quedaba entre las rejas mirándola, la luz de la luna, se llenaba de sombras,
las estrellas se quedaban escondidas entre las hojas jugueteando con ellas.
Mientras María pensaba todo esto asomada a su ventana.
Acacia la miraba con tristeza. Ella no entendía el lenguaje de los humanos,
pero se había dado cuenta desde hacía muchos días, que aquella muchacha la
miraba con recelo. Podía sentir sus vibraciones negativas, empezando a intuir
porque. Sus brazos de donde caían sus melenas, bamboleándose en el viento
juguetones como eran, se acercaban demasiado a aquella ventana, desde donde la
muchacha miraba la vida cada mañana. Había intentado que esto no ocurriera. Con
todas sus fuerzas echaba sus melenas hacía un lado con la ayuda del viento,
cuando ella se asomaba, pero no siempre era posible, el peso de estas volvían a
hacerlas caer en el mismo sitio. De alguna manera sabía que algo iba a ocurrir,
lo presentía por su cara, esta reflejaba la impaciencia de quien esta esperando
algo.
Y llegó el día tan esperado por María. Una mañana vió como
se acercaba el jardinero a Acacia. Venía cargado con una sierra eléctrica.
Cuando éste se acerco a Acacia le pareció que esta la miraba con tristeza.
Según iban cortando las ramas, estas iban cayendo al suelo desmadejadas, rotas,
deshechas. Le llamó la atención, las gotas que brotaban de cada corte. Ella
sabía que era goma arábica que este árbol producía, pero por un momento se le
paso por la cabeza, que aquello parecían lagrimas. Desde su ventana observaba
callada y con alegría como según iban cayendo las ramas. El sol iba inundando
la habitación y sus ojos empezaron a brillar. A pesar de todo, cuando miraba a
Acacia no poda evitar tener una sensación entremezclada de tristeza y alegría a
la vez, cada vez que una de las ramas caían. Pero no dejaba de repetirse que
ella lo único que quería era que el pequeño mundo que desde su ventana ella se
creaba, no lo tapara las melenas de Acacia. Quería que entrara el aire, el sol,
la luz de la luna....todo lo que aquellas melenas ocultaban.
Por otro lado, Acacia sentía que un trozito de ella se iba
con cada rama que se desprendía de su cuerpo y cuando miraba a María, sentía
que aquella muchacha había cambiado su forma de mirarla. Las vibraciones que le
llegaban eran confusas, tan pronto eran alegres como tristes. Últimamente había
estado pensando que aquella muchacha no tenia sentimientos. Cuando veía que
todo su afán era que cortaran sus brazos, no podía evitar que un sentimiento de
cierto odio, volara hacia ella y aunque comprendía un poco porque lo hacia, le
hería que quisieran cortar sus melenas. Eran tan hermosas; desprendían tanta
belleza cuando en las noches de luna llena sus hojas de un verde brillante,
mezclado con el blanco plateado que desprendía esta, despedían destellos
luminosos que alegraban todo el jardín. En pocos minutos todo había terminado.
El jardinero se marcho no sin sentir que su trabajo a veces
no era tan agradable. El encargo que le habían echo ese día le había costado
llevarlo a cabo. Aquellas ramas que caían tenia tanta belleza.
Pasaron las horas y llegó la noche. Acacia se sentía
desnuda, echaba de menos sus brazos. Ahora la luna ya no jugaba con ella. La
habían dejado tan pelada, que los destellos de esta rebotaban en su corteza.
Miró a la ventana y vio a María. No había duda, ésta estaba viajando por las
estrellas. Su expresión había recobrado la alegría que hacia meses se reflejaba
en su rostro cada día. Sus ojos volvían a tener aquel brillo que siempre habían
tenido. Sin embargo ella temía que llegara el día siguiente, su bello tronco de
más de cien años había quedado tan desnudo.
Todos la mirarían con sonrisas de complicidad, ellos eran
jóvenes y estaban en el jardín luciendo todo su esplendor sin embargo ella...
Pasaron los meses y llegó la Primavera. Acacia lo había
pasado muy mal, pues el invierno había sido duro y frío. Despojada de sus
melenas, cuando el viento azotaba las echaba en falta más que nunca, ya que no
había nada que la guareciera de este. Ahora con la Primavera una pequeña
ilusión se adueño de ella. De su tronco empezaban a salir pequeñas ramas que en
poco tiempo la cubrirían. Pronto se llenaría otra vez de verdes hojas y
volvería con los años a ser la de antes.
Y así fueron pasados varias primaveras. Las melenas de
Acacia empezaban a ondear al viento con la misma belleza de siempre, pero esta
vez tuvo buen cuidado de que estas se dirigieran hacia el lado contrario de la
ventana de María. Sin embargo se sorprendió al ver que a su alrededor estaban creciendo
pequeñas Acacias que brotaban del suelo tímidamente, pero con fuerza, sobre
todo una, que la miraba con ojillos traviesos y admirados. Acacia se
sobresalto.
¡No podía ser! Como era posible, ella había intentado que
sus semillas no cayeran hacia ese lado, sin embargo allí estaban, justo
enfrente de la ventana de María.
Habían cuatro pequeñas Acacias que con la fuerza de su
niñez, iban creciendo, levantando su tronco hacía el cielo, llenas de
curiosidad por descubrir todo lo que ocurría a su alrededor según iban
subiendo. Una sensación de tristeza se adueño de Acacia y cada día una y otra
vez les decía:
- Parad, vale, por favor no crecías tanto, no es prudente
hijas, esto sólo puede traer que vuestras ramas sean cortadas sin compasión.
Parad...basta...
Y les contaba lo que le había ocurrido con María. Cómo ella
se había quedado desnuda de sus bellas melenas hacia varios años. Pero éstas
llevadas por el ímpetu y la ilusión que acompaña a la niñez, no hacían
demasiado caso.
Mamá era muy buena pero les parecía que exageraba un poco
como todos los adultos.
Además ellas habían visto a aquella chica que cada día se
asomaba a la ventana y las miraba sin decirles nada, pero en su cara no se vea
ningún gesto que pudiera hacer pensar que le disgustaba que ellas estuvieran
allí. En fin... seguro que mamá exageraba un poco.
Manda que era la mayor de todas le pedía a mamá, que se
olvidara un poco de aquella historia y les contara otras sobre Arabia.
Sabia que cuando fuera mayor la goma arábica que salía de su
tronco, viajaría a muchos sitios.
Mamá después de insistirle un poco, les contaba como en
Arabia tierra del arte por excelencia, se vivían bellas historias. Como en el
desierto entre carpas de colores, se montaban fiestas especiales; les describía
la belleza de sus mujeres, de sus monumentos, de sus paisajes.
Les encantaba todas estas historias Arabes, era como si
ellas que producían la goma arábica, formaran parte de ellas y su ilusión hacia
que sus ramas quisieran subir más y más alto. Además, querían parecerse a mamá.
Ella era tan majestuosa, su tronco era tan fuerte. Ansiaban poder sobrepasar
los edificios y ver la ciudad, poder bambolearse con el viento cuando sus ramas
fueran largas y frondosas y jugar con las estrellas por las noches alumbradas
por la Luna. Por esto cada día aspiraban con deleite todo lo que aquella tierra
les aportaba.
Entre tanto María seguía observando como las hijas de Acacia
seguían creciendo.
Desde que esta se había quedado sin sus ramas y la nuevas
crecían en dirección contraria a donde estaba su ventana, su habitación se
llenaba de luz cada mañana y ella era feliz. No le preocupaba demasiado
aquellas pequeñuelas, ya que no eran demasiado grandes. No se parecían a su
madre ya que sus ramas no eran tan frondosas y su crecimiento era lento,
exceptuando aquella que se encontraba justo debajo de su ventana. Esta parecía
crecer con más brío que ninguna. Sus ramas ya eran abundantes y cuando la
miraba parecía que se erguía con mas fuerza, levantando su mirada hacia su
madre. Era como si se mirara en ella y quisiera decirle a María:
- Ves, ves, yo voy a ser tan fuerte y alta como mi mamá!
Esto preocupaba a María, pero aún faltaban muchos años para
que aquella pequeña Acacia y sus ramas pudieran tapar su ventana, así que no
quería pensar en ello, sólo disfrutar de la panorámica disfrutando cada día
desde su ventana y para su propio asombro, era feliz viendo como las pequeñas
Acacias seguían creciendo, siguiendo su crecimiento con una ternura desconocida
para ella.
Una mañana al asomarse a la ventana su corazón se
sobresaltó. ¡No estaban! Las pequeñas acacias no se encontraban debajo de su
ventana. Una sensación de pánico desconocido para ella hasta entonces se
apoderó de ella. ¿Qué había ocurrido? ¿Dónde estaban?
Cogió el teléfono y marco el número del administrador de la
finca. Tenia que saber que había ocurrido.
- ¡Buenos días!
- ¡Buenos días!
- Soy María. Vivo en el bajo derecha y quisiera saber que a
ocurrido con las pequeñas Acacias que estaban creciendo debajo de mi ventana.
Ayer mismo estaban aquí...
- Vera, esa parte del jardín estaba muy poblada y hemos
decidido quitar algunos árboles antes de que se hagan demasiado grandes.
Además, existía la posibilidad de que estos con el tiempo, taparan su ventana
otra vez.
María se quedo sin habla, no sabía que decir. Sabía muy bien
que significaban aquellas palabras. Sólo se le ocurrió disculparse por
molestarle y colgó. Volvía a su ventana. Estaba triste. Nunca lo hubiera
imaginado, pero quería a aquellas pequeñas Acacias. Le gustaba ver como iban
creciendo poco a poco, y no deseaba que las hubieran arrancado. Con el tiempo
cuando crecieran, podían haberlas transplantado a otro lugar para que no
taparan su ventana, pero sin necesidad de cortarlas. Su mirada se perdió en el
jardín y fue entonces cuando diviso al jardinero y le llamo:
- Dígame por favor, ¿Cuándo han quitado las pequeñas Acacias
?
- Fue ayer por la tarde señora.
- Pero era necesario cortarla...¡Eran tan hermosas, estaban
tan llenas de vida!
- No señorita, no las cortamos. Las más pequeñas las
transplantamos a un jardín cercano y la que estaba un poco más grande, la hemos
plantado aquí mismo. Fíjese esta allí, justo enfrente, un poco más a la
derecha.
María miro apresurada hacia allí. Sus ojos se llenarán de
alegría. Desde allí Manda, la Acacia que había estaba justo debajo de su
ventana la miraba. Agitaba sus ramas con fuerza. Sus preciosas ramas que
brillaban bajo los rayos del Sol y se sintió feliz.
Manda seguía agitando sus ramas con fuerza, como queriendo
decir:
- María, estoy aquí, mira, no me he ido. Siempre estaré aquí
y ya veras, dentro de cien años mis ramas serán tan majestuosas como las de
mamá! Ya veras como dentro de cien años soy tan grande como ella.
María sonrío.Aquella pequeña no sabía todavía lo que era el
tiempo en la vida de los humanos. Sonrío pero sin tristeza, con cierta ternura
pensando... ¡Dentro de cien años...! Estaba feliz.
Relato basado en un echo real. El nombre de los presonajes
son ficticios
Mireya recordó cómo había
ocurrido todo, aunque nunca llegó a entender del todo, el porqué de aquella
interpretación tan errónea por parte de su amiga ante las palabras que dijo su
marido.
Ellos llevaban años de
amistad compartiendo muchos momentos y todo parecía ir bien, sin embargo aquel
comentario lo cambió todo.
Todo empezó porque su
marido sonriendo y sin mala intención alguna, realizó aquel comentario días
después de la cena.
Aquella noche habían pasado
unas horas estupendas. Esta resultó agradable y divertida.
Ella había puesto toda la
ilusión para agradecerle la confianza que habían depositado en ellos
Pasaron las horas,
alargándose la velada y entre bromas y bromas surgió una pregunta en forma de
reto. Eran ya altas horas de la madrugada y no recordaba quién la propuso
exactamente:
-¿A que nos os atrevéis a
seguir la velada un rato más pero cambiando de casa?- Dijeron que sí y entre
risas y bromas marcharon a casa de sus invitados. Una vez allí siguieron
hablando y tomándose unas copas.
Ya casi entrando la
madrugada se retiraron a descansar prometiendo volver a repetir la experiencia.
Sin embargo pasaron las semanas
y esta no se repitió, y Mireya notó que algo en la relación con ellos había
cambiado.
Volvieron a juntarse con
éstos otras veces, pocas, en casa de amigos comunes y fue ahí donde empezó a percibir
que algo no estaba igual, que algo ocurría
La pareja estaban distantes; más fríos del habitual. Eran educados se dirigía
con amabilidad cuando les hablaba, pero algo era diferente.
Y un día recordó
aquella tarde en la cual, conversando
con su amiga que había estado en la cena y a la cual le unía un vínculo familiar
con sus invitados, su marido hablando sobre esto hizo, un comentario tan
desafortunadamente entendido, que obviamente trajo consecuencias que no
esperaba.-Hay que ver qué cosas...
estuvimos hasta las tantas de la madrugada para total tomarnos tan solo una
copa más.
Conocía a su marido y sabía
que a lo que se refería era que, entre charla y charla, dado que la velada
había sido tan agradable nos habían dado cuenta cómo pasaban las horas y que sus
invitados debían de estar cansados, por lo cual, se había alargado ésta
demasiado. Ellos mismos lo habían
comentado entre sí a llegar a casa. No había más intención que
esa. Un simple comentario sin reproche alguno.
Sin embargo su amiga salto como
si hubiera picado un escorpión, al interpretar éste tan erróneamente.
- Ósea que, ¿Encima de que te llevan a su casa
te quejas de que solamente te dieron una copa más? Pues que sepas que pienso
decírselo sois unos desagradecidos.
Era inútil intentar aclarar
la situación. Mireya estaba tan desconcertada que no podía entender una reacción
tan extrema. Como un comentario echo sin maldad podía haber provocado aquella
reacción.
No entendía cómo había
podido sentarle tan mal esas palabras. ¿A qué venía tanto drama? ¿Cómo había
podido retorcer aquellas palabras hasta el punto de convertirlas en una ofensa?
¿Cómo había podido reaccionar de forma tan desproporcionada, con aquella hostilidad?
Pero sabía que dado su
carácter, ella ya había realizado sus propios juicios de valor de una forma contundente.
Si decía que se lo diría a ellos, lo haría.
Solo eso podía explicar la
frialdad éstos en los siguientes encuentros. Un comentario sin malicia, un
malentendido, había provocado la ruptura de una amistad que empezaban a
gestarse.
Lo que no entendía es
porque si esto era así, si ese comentario llegó a ellos, no fueron estos mismos
quienes preguntaron el porqué de éste.
Pero a veces en la vida la
interpretación de unas palabras puede variar tanto según el tono en que se diga
o quien lo interprete, que puede provocar que
el interlocutor entienda, no lo que realmente significa o la persona
quiere decir, sino el significado que uno mismo quiera dar a lo que
escucha.
Estaba claro que como se
solía decir: “No habían palabras mal dichas, sino mal interpretadas”.
Por ello, cada día tenía
más claro que, uno es responsable de lo que dice, pero no de lo que entendían
los demás.
Mucho más que un sueño que inundan tu alma, son los sentimientos que pueblan tu vida,
disfruta y no calles...
¡Grita tu alegría!
Y deja que el tiempo llene de momentos, de paz y contento tu nueva andadura,
dejando atrás aquellas noches frías.
Mereces tener tanta... ¡Tanta dicha! Amaste y sufriste y pasó la vida,
pero nunca es tarde si el amor te mira.
¡Hay tanto que entregar encerrado en tu corazón! ¡Tú, puedes regalar tanto, tanto amor!
¡Posees tan frescas las sonrisas limpias...¡ ¡La ternura que enciende tus palabras dichas...¡
Sensible y dulce como un alma niña... Fuerte y encontrada la mujer perdida...
Reponiendo fuerzas tu corazón marcha, envuelta en los brazos de alguien que te ama.
No temas que el tiempo rompa los momentos y disfruta el día, ¡ Que le día es cierto!
No tejas en tu mente telarañas negras, no piense.. ¿ Y mañana? Que el hoy te espera.
Deja que tus brazos envuelvan el tesoro y tus labios cantes himnos con su rostro.
Vuela niña, vuela, abre bien tus alas y lleva en tu pico una rosa blanca.
Cuando llegue a tierras donde el amor te llama, desciende y deja que arrope tu alma.
La vida es breve. Breve es el sentimiento, como breve es el perfuma que emana esa flor
que debes aspira y darle a tu amor.
Pétalos de seda, espinas que arañan, belleza, tristeza, dolor y esperanzas... ¡Así es la vida!
Tu vida que en marcha, hacía nuevas metas con ilusión se lanza.
Con nuevos impulsos, sin mirar atrás... viaja a su universo y juntos los dos, crear un mundo perfecto a vuestro alrededor donde seáis felices diciéndole a la soledad...
Engendrada, en una noche de pasión sorda y ajena al amor, había llegado al mundo.
Tras, una ardua tarea de lucha contra su autoestima, de la cual, salió vencedora, creció entre incertidumbres, con una febril obsesión, por conocer, la cuna de su primera esencia, fuera de aquellos muros, donde habían internado su existencia.
Salió por la ventana, sigilosamente, desprendiéndose una vez fuera, de aquel distintivo con cuadros grises que envolvía su cuerpo, tapando con líneas rectas las inevitables curvas, que iban dando forma a su adolescencia.
Después de muchas pesquisas, noches envueltas en desorientación y ayunos forzados por el vacío de sus medios de subsistencia, encontró su destino frente a ella.
Sólo una palabra. Una y tomaría éste, devorando cada segundo que tardara en abrazarlo.
Estaba sentada en un banco de espalda, observando como jugaban los niños.
Se acercó y tocando su hombro pronunció la palabra que quemaba en su boca.
¿Madre?
Si. ¿decía Ud. algo? Perdone, no puedo atenderla, dijo levantándose apresuradamente mientras la miraba: mi hija, se ha caído.
Se quedó allí, helada, con la mirada perdida en su silueta, que se alejaba, y en la garganta un grito paralizado: