Cuando Paloma colgó el teléfono, no pudo evitar sentirse triste por su amiga Marisa.
Últimamente, demasiado frecuentemente, sus conversaciones, rondaban en torno a los desacuerdos que tenía ésta con sus hijos, en todo lo relacionado con la educación de éstos. Sobre todo ahora que Alberto, se negaba a continuar sus estudios, queriendo dejar estos, para dedicarse a, contrariamente a lo que querían sus padres; el mundo del motor. Le apasionaban los coches. Y lo que realmente quería estudiar, era, cómo arreglar estos. Su ambición era, tener un día su propio Taller de reparaciones, y con el tiempo, convertirse a nivel nacional, en un experto especialista, en modelos de antiguos de colección.
Ésta, tenía a menudo, demasiados encontronazos con él. Alberto, no estaba dispuesto a seguir estudiando la carrera Universitaria de Periodista que, había empezado hacía dos años. Desde pequeño Alberto, había dado muestras de ser muy inteligente y sobradamente capaz de llegar a ser un gran comunicador, con extensas cualidades para expresarse mediante la escritura. Era observador, elocuente en sus razonamientos y un gran orador. A pesar de su juventud, solía ser muy equitativo en sus reflexiones, ante cualquier hecho social. Por esta razón, ella siempre pensó que, Alberto sería un gran Periodista. Y de ahí su enfado con éste.
Marisa, por falta de medios económicos, no pudo llegar a acceder a dicha formación nunca y en su afán de que a sus hijos no les pasara lo que a ella; había invertido gran parte de su vida, en procurar que todos ellos, tuvieran la oportunidad de estudiar una carrera Universitaria.
En el fondo ella sabía que Marisa, quería que sus hijos, tuvieran todo lo que ella no pudo tener o ser.
¡Los hijos! ¡Sus hijos! La grandiosidad de la expresión ya de por si, la hacía sentirse emocionada. Máxime, en ese momento, en el cual, era conocedora de cómo su amiga, sufría por este tema. ¡El futuro de su hijo!
A ella, en concreto, le gustaba pensar a menudo, si la educación que intentaba dar a sus propios hijos, era la acertada; si sus ansias de que consiguieran aquello que ella deseaba, era la apropiada para ellos y sobre todo si del mismo modo que ella, cuando tenía sus edades, y ansiaba que sus propios deseos y aspiraciones, fueran tenidos en cuenta, lo respetaba en sus hijos.
A veces, se planteaba si, era en ocasiones, en el fondo, sus deseos, no era un fraude sentimental, inconsciente, cuando se trataba de ayudarles a orientar sus vidas.
La dificultad personal y atrevidamente sincera, realmente estaba en, sin caretas de maternalismos ni paternalismos, llegar a ser conscientes de la manipulación involuntaria de sus vidas a favor de las propias, en múltiples ocasiones de esa manera inconsciente.
Realmente, resultaba una ardua tarea, educar sin equivocaciones, ya que no eran Dioses, para saber en todo momento, si era licito o no volcar en ellos todos sus proyectos de vida, haciéndoles participes y responsables de estos, de una manera involuntariamente obligatoria, bajo la excusa del único futuro que ella veían como válidos para su caminar, ya que nadie le puso el día en que sus ojos se abrieron a la luz, un manual que les indicara cómo y cuándo el fin primordial , las prioridades en sus vidas son aquellas que uno mismo ve como factibles o lo que ellos, llegados a esa edad en que empiezan a tener sus propios criterios, asumen como válido e importante.
Como todos los padres, tendía por lo general, a olvidar a menudo que un día ya lejano, también ella tuvo 16, 17, 18, años y luchaba por ser oída, respetada y valorada, como ser independientes; fuera ya del seno materno-peterno, a nivel pensamiento y deseosas de cometer sus propios errores, aún envueltas en mares de dudas y con la dudosa certeza ajena de la equivocación, pero dispuesta a luchar por aprender de los errores personales y no de los de sus amados padres.
En ocasiones, los padres, no evolucionábamos simultáneamente al paso de los años y la vida, hacía una educación en libertad personal, de una manera vital hacía las necesidades de nuestros hijos, sino que desaprobamos una provocadora y entramada acción de incomprensión intolerante y desfasada contra sus realidades y las suyas.
Paloma sabía que, sólo en virtud de el propio conocimiento de si mismas a nivel interior, podría percibir de forma concreta y sincera, cuando en la continuidad diaria de la educación de sus hijos, la búsqueda de el bien social y personal de estos, no entraba en conflicto con sus propios deseos y fracasos personales; edificando sus propias vidas sobre una base de realidades equivocadas o erróneas, por no ser estas sus metas, sino las suyas propias.
Indudablemente, sabia que, todos los padres, creian tener un creciente sentido común, según adquieren experiencias a lo largo de la vida, para educar a sus hijos; sin embargo, también sabia que, era necesario en cada decisión importante referentes a sus vidas, plantearse la autenticidad de sus motivos y motivaciones, para que no pudieran regir jamás en estas, durante la guía de sus vidas, sus propias e involuntarias frustraciones o sueños anhelados, con el fin de no equivocarse y ayudarles con todas las fuerzas que el amor es capaz de aportar, en la ardua y difícil tarea de ser ellos mismos y ellos sus apoyos incondicionales, sin desviarse nunca de la esencia que guíe sus actos y actitudes maternos-paternales.
Creía que, la mejor manera de ayudar educándolos, era conociendo sus reacciones y emociones propias siempre, ante sus propios deseos para con ellos, indagando en su interior, si el afán de que sus vidas se convirtieran en aquello que pensaba debían ser, no era igual o equivalente a lo que ella hubiéramos querido ser o conseguir, sin valorar las virtudes autónomas que cada uno de ellos poseían por si mismo.
Ser padres, jamás debía suponer ser propietarios y juez de sus hijos; sino por el contrario, convertirse en sus más fieles aliados a la hora de estimular sus valores y ayudarles en sus ansias de ser auténticos, libres y seres independientes, en el respeto mutuo que debe crear el amor.
Annia Mancheño
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