La vida, pone su suspiro sobre la esencia de nuestra conciencia,
en el mismo instante en que traspasamos el umbral de la luz,
dejando que éste tome impulsos al ritmo del latido del corazón.
Disipa de nuestra memoria el dolor del esfuerzo realizado y
una vez en el camino, empezamos a percibir matices que van
enseñando a nuestro ojos, diversas formas de contemplar esta.
Con júbilo disfrutamos del la niñez inocente. Con impaciencia,
entre tempestades de descubrimientos, se amontonan sobre
los sentidos las sensaciones de la adolescencia, dando paso de
una manera voraz a conclusiones que se van refugiando en la
templanza de los años cumplidos, y entre la juventud y la
madurez, que se enlazan a través del tiempo, dejamos dormidos,
al acecho, los sabios favores de la experiencia. En brazos de ésta,
nos reclinamos ante los negros presagios, cuando estos no
podemos controlar y ahogar en el olvido, rezando a un Ente
Divino, en busca de lo que no somos capaces de comprender
para absolvernos de toda culpa, si nos encontramos enredados
en telarañas de sinrazones, ensalzando la belleza de la opulencia,
para apaciguar los gritos de la conciencia, cuando con esta batalla
el sentido común.
Otras veces, nos esforzamos en construir fortalezas de esperanzas,
para detrás de ellas, forjar con calma las llaves de las celdas de la
cordura, y ante cualquier duda, ponemos coto a todo aquello que
pueda alimentar las dudas de la realidad. Vamos creciendo,
bebiendo del conocimiento de lo andado, desprovistos y ansiando
verdades que encadenen ese andar, sucumbiendo al sentimiento
cuando el adversario el tiempo que los ojos cerrará, en lucha
constante contra su llegada.
Así, captando los sonidos de lo vivido, suspiro tras suspiro, en
brazos de las acciones, volvemos a traspasar el umbral un día
hacía el silencio que dormía, dejando sobre el sendero plantado,
aquello que para los demás germinará con fuerza si la siembra
se hizo en paz.
Annia MAncheño
No hay comentarios:
Publicar un comentario